El Diálogo Interior y la Visualización: los dos pilares sobre los que los estoicos basaban su inquebrantable concentración.
Es difícil mantener la concentración en momentos difíciles y, sin embargo, es la única posibilidad que tenemos para superar las dificultades. Para lograrlo, los antiguos filósofos habían concebido el entrenamiento del «soldado perfecto», en el que la música y la meditación eran esenciales para crear un guardián capaz de permanecer lúcido y concentrado en cualquier circunstancia.

YouTube es una mina de contenidos. Y algunos de estos son verdaderas joyas, si se observan con la debida atención. No sé ustedes, pero a mí me ha pasado de ver en YouTube videos de músicos que se presentan frente a un público de animales y me he quedado fascinado. Ver cómo los animales más diversos reaccionan placenteramente a la música (especialmente la clásica) es algo que invita a la reflexión.
He hecho un par de investigaciones y he visto que, según estudios recientes, ha surgido que los perros reaccionan a las melodías reduciendo la ansiedad; las vacas producen más leche y los pájaros aumentan su capacidad de aprender nuevos cantos. Los estudios aún están en curso en diferentes animales. Quién sabe cuántas buenas novedades nos esperan.
En cuanto a mí, no he podido evitar pensar que, hace más de 2000 años, los estoicos ya eran conscientes de los efectos que la música tenía en el ánimo de quien la escuchaba. Y sabían también que las melodías, si se elegían de manera apropiada, tenían el poder de mejorar nuestros pensamientos. Comprendieron, en fin, que la meditación y la música permitían controlar los pensamientos mismos.
Tanto para los griegos como para los romanos, las sinfonías eran parte de la educación de las almas, lo que quería decir preparar a las personas a «conocerse a sí mismas» a través de un diálogo interior.
El diálogo con uno mismo es fundamental, ya que nos permite auto-analizarnos. Nos enseña a moldear nuestros pensamientos, evitando que se desaten sin control, y nos proporciona la lucidez mental para identificar nuestras debilidades.
Esta es la esencia de la concentración, porque solo después de haber enfrentado la fragilidad estamos listos para ejercer nuestra voluntad con honestidad y realismo.
Sin embargo, tomar una decisión es solo la mitad del trabajo. La otra mitad es aún más difícil y consiste en aprender a convivir con la incertidumbre del resultado de nuestras acciones, que no necesariamente debe ser positivo.
Incluso si preparáramos todo para que las cosas salgan según nuestra voluntad, nunca debemos olvidar que somos una pequeña parte de una realidad que es inmensa en comparación con nosotros; por lo tanto, muy poco está en nuestras manos.
Todo lo que hacemos está sujeto a una infinidad de variables, hasta el punto de que, si tratamos de contemplarlas, somos tomados por lo que los antiguos griegos llamaban «afasia«, es decir, un estado mental de suspensión de todo juicio sobre la naturaleza de las cosas, derivado de la imprevisibilidad de la naturaleza.

Los estoicos conocían bien este fenómeno y desarrollaron un ejercicio meditativo capaz de resolver el problema: la visualización. Se trata de una preparación mental para las diferentes situaciones (escenarios positivos y negativos) que nos permite anticipar las posibles reacciones emocionales y reforzar nuestra capacidad de permanecer concentrados frente a las adversidades.
El diálogo con uno mismo es la premisa para una buena visualización y ambos ejercicios forman parte de las tres columnas sobre las que los estoicos basaban su inquebrantable concentración y lucidez.
¿Cuál es la tercera columna? La música.
En comparación con nosotros los modernos, los antiguos no veían el diálogo y la música como dos cosas diferentes. Por el contrario, eran dos elementos inseparables. Eran instrumentos indispensables para la «educación del alma» y de la mente de las personas.
En otras palabras, en el mundo antiguo griego y romano, los diálogos y las melodías eran ambas sinfonías que seguían las mismas reglas.
¿Por qué el diálogo interior, la visualización y la música están tan interconectados?

Nadie podría responder mejor a esta pregunta que Platón, el filósofo griego que en la descripción del entrenamiento del «soldado perfecto» veía la música como un elemento indispensable, ya que formaba guardianes que «tuvieran fuerza sin violencia e inteligencia sin debilidad».
Para Platón, un soldado solo fuerte y hábil en el arte de la guerra no solo no servía para garantizar la seguridad de sus conciudadanos, sino que podría incluso ser peligroso ya que, carente de un carácter equilibrado, el soldado sería manipulable o presa de sus instintos y, en situaciones extremas, podría hacer daño a quienes debería defender. No en vano el filósofo griego comparaba al buen soldado con el buen perro pastor: valiente y fuerte contra los lobos y los osos y dócil y protector con el rebaño.
Los griegos amaban observar la naturaleza y veían sus dinámicas un equilibrio capaz de beneficiar al alma humana. Comprendieron entonces que el entrenamiento de la mente, el cuerpo y el alma debía ir de la mano. Así hablaba Platón:
«¿Qué educación entonces? Es difícil encontrar una mejor que la que se ha encontrado desde hace tanto tiempo: se trata, quiero decir, de la gimnasia para el cuerpo y de la música para el alma».
Cuerpo y alma son la representación de tres fuerzas opuestas que determinan nuestro actuar. Por un lado tenemos el cuerpo, al que se asocia un impulso ligado a los instintos y a los deseos inmediatos, que en griego se llama epithymetikon; por otro lado tenemos la parte racional ligada a la sabiduría, denominada en griego logistikon. Esta última debe ser necesariamente acompañada por una «parte irascible» ligada al valor, que en griego antiguo se conoce bajo el término Thymoeides.
Para que una persona pueda ser calma y fuerte al mismo tiempo, es necesario que la parte racional y valiente trabajen juntas para someter la parte instintiva. Sin embargo, esto no debe ocurrir como si fuera un pulso entre dos adversarios, sino con la misma armonía que caracteriza una bella melodía. ¿Por qué? Porque el cuerpo es parte de nosotros y debe ser amado y respetado, no visto como un enemigo. Por esto, en griego antiguo, el término Synfonia (sinfonía) se traduce también como «armonía» o «consonancia».
Pongamos un ejemplo práctico. ¿Han visto la foto del perro pastor blanco que permite al cordero apoyarse sobre él? Bien. Si en el perro prevaleciera el instinto de la hambre o depredador, debería devorar al cachorro. Si en él prevaleciera solo la parte racional, sin el valor, sabría distinguir a los indefensos de los enemigos, pero no tendría el valor de correr en su ayuda para defenderlos. Si en cambio tuviera solo el valor, sin racionalidad, se lanzaría a la persecución de un lobo sin detenerse, alejándose demasiado del rebaño y de los otros perros. El resultado sería desastroso: el rebaño se quedaría sin guardián, el perro podría encontrarse aislado y rodeado por una manada de lobos. Sería asesinado.
Los griegos sabían observar la naturaleza y extraer enseñanzas para los humanos. Debemos volver a aprender a hacerlo nosotros también. Con este ejemplo hemos entendido por qué era importante para ellos encontrar la armonía entre las fuerzas del alma y crear al soldado perfecto. Y no hay soldado perfecto sin música. Dejemos que Platón nos lo explique:
«Entre las armonías, dejemos aquella que pueda convenientemente imitar los tonos de voz de un hombre valiente comprometido en una acción de guerra y en toda empresa en la que se ve obligado. Y, si por una mala suerte va al encuentro de heridas y la muerte o ha caído en alguna otra desgracia, en todas estas circunstancias soporta con firmeza los golpes de la fortuna.
Y luego deja otra melodía que sea adecuada para quien realiza una acción de paz y no realizada bajo coacción sino voluntariamente. En todas estas circunstancias se comporte con moderación y medida, acogiendo con satisfacción los eventos. Estas armonías imitarán de la mejor manera los tonos de quien en la buena y en la mala suerte es moderado y valiente».
Como ven, pensamiento y música son inseparables y es en este contexto, con esta visión, que se deben practicar los ejercicios meditativos del diálogo interior y de la visualización.
¿Cómo se practica estos dos ejercicios?

Se practicará siguiendo la tradición meditativa griega, es decir, escuchando música de la época interpretada con instrumentos originales como la cetra y la lira. Estas piezas musicales, cuyas partituras han sobrevivido hasta nuestros días.
Esta práctica será el preludio a la lectura y análisis de los textos de los estoicos y de los grandes filósofos griegos y romanos. La sabiduría de estos pensadores nos acompañará en nuestro diálogo interior y en la visualización, ayudándonos a controlar nuestros pensamientos, cuyo control es la base para una concentración inquebrantable.